Cuatro patas se acercan corriendo hasta su cama, y enseguida se oyen otras cuatro. Fueron a saludar a Rosa, sus cálidos perros.
Cinco minutos mas, antes de levantarse y preparar unos mates, subir las persianas y prender la estufa. Escondió las manos bajo las sabanas. La roja en particular, aunque quizás sea solo su impresión, era la que transformaba la energía de su perra y con precipitación se escabullía, mordía e intentaba tomar con sus patas las manos de Rosa.
Bueno, suficiente dijo. No se sabe quien la apuro, y se levanto. Miro la hora cuando llego al comedor, y decidió prender la estufa como principio de sus acciones.
Luego abrió las persianas, observo las nubes, el sol, la gente que transitaba las calles, la plaza que enfrenta su balcón, y luego volvió a la estufa.
Camino hasta la cocina, prendió la hornalla y, a esperar que comience a relinchar la pava.
Luego se sentó en el comedor, con serenidad y respirando.
Que puedo hacer ahora se preguntaba, tengo todo y no tengo nada. tengo la voluntad pero no bien enfocada.
Así fueron pasando los días de Rosa, cada mañana casi la misma situación.
Hasta que un día se durmió.