martes, 17 de septiembre de 2013

   Otro día mas, pensó al despertar Rosa por la mañana. El sol brillando en el balcón, las nubes transitando por el cielo, el resplandor dentro del cuarto.
   Cuatro patas se acercan corriendo hasta su cama, y enseguida se oyen otras cuatro. Fueron a saludar a Rosa, sus cálidos perros.
   Cinco minutos mas, antes de levantarse y preparar unos mates, subir las persianas y prender la estufa.          Escondió las manos bajo las sabanas. La roja en particular, aunque quizás sea solo su impresión, era la que transformaba la energía de su perra y con precipitación se escabullía, mordía e intentaba tomar con sus patas las manos de Rosa.
   Bueno, suficiente dijo. No se sabe quien la apuro, y se levanto. Miro la hora cuando llego al comedor, y decidió prender la estufa como principio de sus acciones.
  Luego abrió las persianas, observo las nubes, el sol, la gente que transitaba las calles, la plaza que enfrenta su balcón, y luego volvió a la estufa.
  Camino hasta la cocina, prendió la hornalla y, a esperar que comience a relinchar la pava.
  Luego se sentó en el comedor, con serenidad y respirando.
  Que puedo hacer ahora se preguntaba, tengo todo y no tengo nada. tengo la voluntad pero no bien enfocada.
  Así fueron pasando los días de Rosa, cada mañana casi la misma situación.
  Hasta que un día se durmió.

      No era un día especial, ni un feriado, ni Navidad, pero era un día nublado. Llovía tenuemente, esa llovizna que acecha a la ciudad, hace presente las baldosas y las metidas de pata.
      Era un día mas, hasta que cayo la noche, sin avisar y sin permiso. El viento hacia estremecer a todo cuerpo que caminaba por su paso. La llovizna entraba en los ojos, obligando a fruncir las cejas de los transeúntes.
      Fue entonces cuando Olivia decidió salir de su casa, para ir en busca de algún placer con precio y sabor a mentira, que sea dulce. Vivía justo enfrente de una importante red de supermercados %importante solo por desbordar en dinero%, así que tan solo tomo el ascensor, y cruzo la calle.
     Buscando entre las góndolas de alimentos, los ingredientes para su antojo, levanta la vista y ve los ojos que paralizaron su mundo, que transformaron sus sentimientos, que transformaron su sonrisa, su mirada, que dejaron paralizado su corazón. Dos segundos, o tal vez uno, y su vida, o el momento aquel de su vida, tomo otro giro, soñó un nuevo sueño.
     Al encontrarse con tales ojos, no quiso dejar de girar en torno de ellos, y aunque por un momento había pensado tan solo en recordarlos, al salir del supermercado, cruzo la calle y prendió un cigarro en la puerta de su casa. Que otra razón, para tal acto adolescente,que la de esperar a que salieran aquellos ojos.
    Llegando a las ultimas pitadas, y con la mirada fija y mentirosa, repentinamente se estremece su cuerpo al conseguir su objetivo, ver salir a aquella mujer que se había cruzado en su camino.
    Ella cruzo, Rosa se derritió de amor, ella volvió al supermercado. Ya quedaban pocas secas de aquel cigarro, que otra excusa podría conseguir para quedarse allí parada y alabar desde su interior, secretamente a aquella mujer. No le dio mucha importancia a ese problema, solo se alegro porque la volvería a ver, salir.
    Ella cruzo, y no se dirigió hacia donde antes se había encaminado, se transporto hacia el otro lado, dejando a Rosa desorientada pero desbordante de colores.
    Volvió a pasar por enfrente de su casa, recuerdo su espalda,su cabello. Pero no olvidare sus ojos, para volverlos a encontrar y contarles que hicieron estremecer de buen corazón, aquella fibra de mi alma, que hace tanto no sentía vibrar.